09 septiembre 2010

Fusilamiento de Morelos

Iba montado en su magnífico caballo. El camino era largo, pero nada de eso le importaba. Quería ver con sus propios ojos al que había sido director de su colegio, cuando cursaba sus estudios, hacía tan sólo unos cuantos años. Ahora era el jefe de un movimiento que amenazaba con cambiar a la Nueva España para siempre. Para cuando llegó a Valladolid –hoy Morelia, Michoacán-, el cura de Dolores ya no se encontraba ahí. Había pasado unas horas antes por sus calles y las había dejado en su trayectoria rumbo a la gloria. El cura de Carácuaro no bajó los brazos y continuó en su camino.
          Lo alcanzó en el poblado de Charo. Fue hasta entonces que se convenció que la noticia era cierta: el padre Miguel Hidalgo y Costilla había iniciado, junto a decenas de personas, la insurgencia. De inmediato pidió hablar con él. Cuando Hidalgo lo vio y reconoció, ambos se estrecharon en un fuerte abrazo. Después platicaron por horas. El cura de Carácuaro entonces le pidió le permitiera formar parte del movimiento como capellán. Hidalgo y Costilla lo vio de frente. “Padre, me parece que mejor ha de ser usted un general”, le contestó. José María Morelos y Pavón, desde ese momento, comenzó su recorrido hacia la gracia y la liberación de su patria.
          Había conocido al cura cuando éste era rector del Colegio de San Nicolás en Valladolid. El sacerdote era ya una eminencia en varias materias y sabía hablar varios idiomas. En cambio, el joven Morelos tenía pocos conocimientos a pesar de contar ya con más de veinte años. La historia de ambos era diferente; sólo la escuela y después el movimiento de independencia les uniría. Sin embargo, esa unión sería tan fuerte que los haría a los dos pasar a la historia para siempre.
          Nacido en Valladolid un 30 de septiembre de 1765, Morelos fue hijo del carpintero José Manuel Morelos Robles y Juana María Guadalupe Pérez Pavón. José María nació en una familia humilde pero trabajadora. Era criollo, que es decir que era hijo de dos españoles. Sin embargo, su piel era morena, luciendo en su rostro rasgos africanos que nadie podía negar.
          Tuvo una infancia normal, entre sus hermanos Nicolás y María Antonia. Pero un día su padre decidió marcharse con Nicolás a San Luis Potosí. Desde entonces, José María Morelos se convirtió en hombre. Tuvo que dejar la escuela y comenzar a trabajar para sacar adelante a su madre y hermana. En una hacienda donde se producía caña pasó sus siguientes días y años enfrentando la responsabilidad que se le había dejado con valor y orgullo.
          El conocimiento, a través de los salones y las clases, había llegado tarde a Morelos. Sin embargo, mientras trabajaba en las labores del campo y la ganadería, aprendía de su patrón a llevar la contabilidad de la hacienda en la que laboraba. Sabía que un día, aquellos conocimientos le serían de utilidad.
          Hasta los 24 años pudo entrar al Colegio. Sus maestros siempre tuvieron palabras de reconocimiento para el joven por su esfuerzo y desempeño. Ahí conoció a Hidalgo, de quien se quedó con una muy buena imagen. Un año más tarde, Morelos se graduó como uno de los mejores alumnos de su generación por lo que recibiría el grado de bachiller. Sin embargo, la influencia de su madre, de quien había sacado la fortaleza de carácter ante la ausencia del padre, lo llevó a unirse al seminario. Tan sólo dos años más tarde, en 1797, Morelos fue ordenado sacerdote.
          En 1799 le fue concedido el curato de Carácuaro, en la sierra michoacana. Ahí demostró que la vocación religiosa le había convencido. Se preocupaba por sus feligreses e intentaba que éstos mejoraran sus condiciones. El alma empresarial y comercial le brotaba para intentar que Carácuaro se convirtiera en un poblado próspero. Sus lineamientos comenzaban a surgir efecto cuando recibió la noticia de que su antiguo rector, Miguel Hidalgo, había sido excomulgado por la iglesia por su participación en el movimiento insurgente, estallado unos días atrás, en la madrugada del 16 de septiembre de 1810. Aquel octubre, la vida de Morelos cambiaría para siempre.
          Al día que le fue conferido el mando de la insurgencia en el sur, comenzó lo que es llamada su primer campaña, destinada a la propagación de las ideas insurgentes y a armar un ejército. De Valladolid había salido con 25 hombres. El 12 de noviembre siguiente, es decir, 18 días más tarde, su ejército sumaba más de dos mil.
          La organización del ejército era su principal preocupación. Cuando se entrevistó con el cura Hidalgo, había visto que la gente que le seguía no guardaba ninguna disciplina. No tenían experiencia militar ni respeto alguno por el honor que un ejército representa. A su paso por pueblos, se daban al robo y la desorganización. Por ello, no quería que los que le seguían fueran como ellas: indisciplinadas e irrespetuosas. Fue así como aquel hombre de estatura pequeña y complexión robusta comenzó a impartir una disciplina dura pero efectiva. A su mando se le unieron personajes que serían importantes en la lucha como los hermanos Galeana y Bravo. Todos convencidos de que la guerra la hacían por la búsqueda de la justicia, la igualdad, la libertad.
          Durante los siguientes días, Morelos enfrentó una serie de batallas con éxito. En varios pueblos, después de vencer a tropas realistas –que pretendían proteger al Virreinato-, era recibido con gran alegría y apoyo. Así pasó en varias de las ciudades que hoy conforman el estado de Guerrero. El sur del país comenzaban, poco a poco, a liberarse y a estar bajo el control de Morelos y sus soldados. Sin embargo, apenas había entrado triunfante a Tixtla, cuando se enteró que Hidalgo y los demás líderes del movimiento habían sido hechos prisioneros en el norte del país. Ante la noticia, triste, prefirió guardar silencio a sus tropas. La guerra continuaría sin importar quién la dirigía.
          Ignacio Rayón, quien tomó el mando de la insurgencia, buscó su lealtad. Nunca hubo una verdadera amistad entre los dos; sin embargo, Morelos aceptó su invitación para formar la Suprema Junta Nacional Americana en 1811, que pronto tuvo que viajar de ciudad en ciudad por lo que hoy es Michoacán y Guerrero para salvarse de la persecución de los enemigos. Morelos les prestó protección. La segunda campaña había comenzado.
          Estuvo al alcance de tomar Toluca, la puerta hacia la capital, pero prefirió, por razones no muy claras, no hacerlo. Se retiró hacia tierras más conocidas en donde lo esperaba una de las gestas más heroicas de la guerra insurgente. En Cuautla, un sitio provocado por las fuerzas del español Félix María Calleja, mantuvo a su ejército por setenta y dos días. Entre el hambre, pues la comida comenzó a faltar, y las ganas de seguir luchando, el valor de Morelos, así como de los que le acompañaban, fue heroico. El sitio lo rompió el 1 de mayo de 1812, dándole a los realistas uno de los más duros golpes hasta el momento.
          Morelos era enfermizo. Hay quien dice que el paliacate que llevaba constantemente cubriéndole el cabello y por el cual es conocido, era una especie de remedio a fuertes dolores de cabeza. En otras ocasiones, caía en la cama con fuertes dolores de estómago de los cuales no podía recuperarse hasta pasado algún tiempo. Otras veces, como consecuencia de sus trayectos durante las campañas, se hacía heridas en el cuerpo, las cuales no era extraño se le infectaran. Sin embargo, de todos sus dolores el cura Morelos siempre se levantó para seguir con la lucha por la independencia.
          Tras el sitio de Cuautla, continuó venciendo en distintas ciudades del sur y centro del país como Taxco, Chilapa, Tixtla y Tehuacan, en donde pasó tres meses organizando el movimiento. El tiempo le sirvió para retomar fuerza, pues las batallas de la segunda campaña habían sido complicadas aunque los triunfos le seguían. Poco tiempo había de faltar para volver al campo de guerra.
          La tercera campaña no fue menos intensa. Morelos había puesto sus ojos sobre una de las ciudades más importantes del sur: Oaxaca. Sin embargo, antes decidió ir al norte y tras una dura batalla contra los realistas tomó Orizaba, Veracruz, la cual no pudó defender por mucho tiempo. La fuerza del enemigo le hace retroceder una vez más hacia Tehuacan. Sin embargo, mucho daño logró hacerle al bando realista. Fue entonces que dio instrucciones para marchar hacia Oaxaca. El 25 de noviembre de 1812, cuando Morelos estaba en su mejor momento como militar, entró triunfante a esa ciudad.
          En todo el país, a nadie le cabía duda que Morelos se había convertido en el principal enemigo de las autoridades españolas en la Nueva España. Fue por ello que habían enviado a uno de sus principales militares, como lo era Félix María Calleja. Sin embargo, ni siquiera éste lo había podido derrotar durante el sitio de Cuautla de febrero a mayo de 1812. Pero Calleja aún no se declaraba perdedor. Con cautela, le seguía los pasos para poder encontrar un momento en que el descuido de Morelos y sus tropas le otorgaran la victoria al español. Una razón de peso tenía Calleja para pensar que así sucedería: en esos meses fue nombrado Virrey de la Nueva España. No había mayor autoridad que él. Los españoles decidieron concentrar fuerzas en el sur para luchar contra todas las tropas y demás jefes que luchaban bajo el mando del Siervo de la Nación. Poco sabían que los mejores momentos de Morelos estaban aún por llegar.
          La cuarta campaña tuvo como principal objetivo la toma de Acapulco, protegida con fuerza por los españoles por su importancia económica como puerto y del fuerte de San Diego que se encuentra en el mismo lugar. Varias veces había intentado Morelos vencer en ese lugar sin suerte. Esta vez, él se encargaría que la historia fuera distinta. Había pasado mes y medio en Oaxaca cuando por fin se dirigió hacia el puerto. El camino no fue sencillo: tuvo que enfrentar varias tropas españolas y sufrió la pérdida de muchos de sus mejores soldados. Sin embargo, el 6 de abril de 1813 logró tomar Acapulco. El fuerte de San Diego, en cambio, tardaría en caer hasta agosto.
          Tomado el puerto de Acapulco, pudo dedicar tiempo a las ideas que desde el inicio de la lucha había formado. Su mayor ofrenda a su patria fue el documento que escribió bajo el título Los Sentimientos de la Nación. En ella, por primera vez se establece la posibilidad de la independencia de México, la división de poderes en ejecutivo, legislativo y judicial, y el establecimiento de reglas en cuanto a religión, libertad, justicia, educación y más. Este documento sirvió como nacimiento a la Constitución de Apatzingán en octubre de 1814.
          Morelos defendió y protegió al Congreso que dio vida a la constitución y que le nombró un año atrás Generalísimo y encargado del poder ejecutivo, hasta llevarlos con bien a Tezmalaca, Puebla. La quinta y última campaña de Morelos se había convertido en una constante huída de las tropas realistas. La toma de Acapulco, lejos de los que se pensaba, había resultado de menor importancia como lo hubiera sido si se hubiera controlado el puerto de Veracruz.
          Además, los españoles habían conseguido victorias fundamentales contra varios de los jefes más cercanos de Morelos. Tanto Mariano Matamoros como Hermenegildo Galeana y Miguel Bravo habían sido fusilados en el transcurso de 1814. Sus pérdidas fueron muy dolorosas para Morelos, no sólo en el ámbito militar, sino en el personal. La suerte del movimiento comenzó a cambiar sin que Morelos pudiera hacer nada.
          Intentó volver a su tierra, Valladolid, para triunfar en donde el cura Hidalgo lo había hecho, pero no lo pudo hacer. Frustrado y decepcionado, es que decide proteger al congreso y viajar en su protección por distintos lugares del sur del país. Pero los propios participantes se encontraban divididos. El movimiento militar, con hombres como Vicente Guerrero, Ramón Rayón y Guadalupe Victoria, luchaban cada quien por su lado en distintas partes del país. Morelos intentaba levantar los ánimos, pero todo parecía irse al vacío.
          Calleja, que le seguía el paso de cerca desde el sitio de Cuautla, encontró la oportunidad para atacarle en Tezmacala. Sin Matamoros y Galeana, con confianza ordenó a sus tropas un ataque contra el Siervo de la Nación. Morelos, después de cinco años en la insurgencia, fue finalmente aprehendido.
          Llevado a la ciudad de México, fue juzgado y sentenciado por el Tribunal de la Inquisición, que era en la Nueva España el máximo poder para brindar justicia de acuerdo a las leyes españolas. En San Cristóbal Ecatepec fue fusilado el 22 de diciembre de 1815 uno de los más grandes hombres que el país ha dado.
          Vivió cincuenta años de los cuales sólo cinco dio a la lucha por la independencia y la libertad. Sólo cinco que lo convirtieron en uno de los máximos héroes de la historia de la patria. Como todo ser humano, cometió errores y tuvo aciertos enormes. Aquel criollo de baja estatura, que no pudo estudiar hasta que tuvo 24 años por tener que cuidar de su familia, había cumplido con su promesa a Hidalgo de propagar las ideas de libertad y la lucha en el sur del país. Y aún tuvo tiempo de crear un documento que, tiempo después, fue pretexto para fundar al país que años más tarde nacería libre e independiente: México.
           Los restos de Morelos fueron trasladados en 1823 a la Catedral de la ciudad de México. Cuando se intentó cambiarlos a la Columna de la Independencia, poco menos de cien años después, ya no se encontraban ahí. Se dice que se encuentran escondidos en algún lugar de la tierra por la que tanto luchó.

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