30 marzo 2014

Interpretación Uno: Tlaxco es Historia

La década heroica

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, en Tlaxcala se produciría una fuerte división entre los miembros de su clase política, la cual, además, veía llegar entre sus filas a una nueva generación. En el periodo anterior, los políticos tlaxcaltecas habían encontrado un elemento de cohesión en su lucha contra Puebla y contra el gobierno central para conseguir la soberanía de la entidad. Pero una vez obtenida ésta, el enfrentamiento entre liberales y conservadores, entre republicanos y monarquistas, el cual se daba en gran parte del país, y cuyo clímax se dio entre los años de 1857 y 1867, también dividió los intereses de la élite política de Tlaxcala. La nueva generación vivió lo mismo continuidades que rupturas, aunque estas últimas podrían interpretarse más bien como la diferente visión que cada grupo tenía de lo que era la tradición autonomista y cómo debía concretarse.

Ante la rebelión conservadora encabezada por el presidente Comonfort, suscitada a finales de 1857 y que desconocía la Constitución recién promulgada, el gobernador de Tlaxcala, Guillermo Valle, con el apoyo de la guarnición de la capital tlaxcalteca se inclinó hacia dicha rebelión y disolvió el Congreso local, en tanto que el secretario de Gobierno, el liberal Miguel Lira y Ortega, junto con una fracción de diputados locales, se levantó en favor del régimen constitucional, a sabiendas de que su derrota significaría la pérdida de la soberanía estatal, lograda apenas unos meses atrás. Ante las presiones de ambos bandos Valle tuvo que renunciar a la gubernatura, quedando como su sustituto Manuel Saldaña. Por su parte, el gobierno conservador central había decretado el regreso de Tlaxcala a la categoría de territorio, nombrado un jefe político para que la gobernara y cambiado su capital a la ciudad de Huamantla, un viejo reducto de separatistas desde la época colonial. Estas decisiones provocaron que Tlaxcala, como gran parte del país, tuviera dos gobiernos simultáneos, cuyos representantes trasladarían la sede de sus respectivos gobiernos dé un lugar a otro de la entidad en medio de una gran confusión.

Durante la lucha armada que se desató los tres años siguientes, conocida como Guerra de Reforma, Tlaxcala fue un baluarte de los liberales, aunque también había conservadores entre las élites tlaxcaltecas vinculadas estrechamente a las de Puebla, las cuales querían aprovechar esta oportunidad para ganar espacios de poder dentro de Tlaxcala. Por esta diversidad de intereses y por su posición geoestratégica, la entidad fue escenario de numerosas incursiones y batallas militares, además de padecer con frecuencia los asaltos de bandas de facinerosos. Entre los liberales tlaxcaltecas que lucharon en esta guerra destacan: Doroteo León y Antonio Carbajal. Este último era un radical y anticlerical que, con su batallón conocido como de "los blusas rojas", tuvo un constante control sobre los Llanos de Apan y el norte de Tlaxcala.

Una vez derrotados los conservadores, Manuel Saldaña entró en la capital del estado para ocupar de nuevo la gubernatura. Pero la paz duró poco tiempo. A raíz de que el presidente Benito Juárez declarara la moratoria de la deuda externa nacional, Francia emprendió una invasión militar a México con el propósito no sólo de cobrar su adeudo, sino también de imponer, con el apoyo de conservadores mexicanos, un gobierno monárquico. No obstante la derrota que el ejército liberal-republicano infligió en Puebla a las tropas extranjeras en mayo de 1862, Tlaxcala fue tomada por éstas al año siguiente, después de enfrentar varias batallas, especialmente contra "los blusas rojas" de Carbajal. El gobierno liberal de Saldaña tuvo que retirarse hacia el reducto republicano que era la Sierra Norte de Puebla, quedando la defensa de la entidad a cargo del general Jesús González Ortega. Tlaxcala era de gran importancia estratégica para ambos bandos, debido a su cercanía con Puebla y con la ciudad de México, y por ser zona de paso en la ruta entre esta última y el puerto de Veracruz.

Tras el virtual triunfo de las fuerzas francesas y conservadoras, fue instaurado en el país el gobierno imperial de Maximiliano de Habsburgo, quien llegó a México junto con su esposa Carlota de Bélgica en los primeros meses de 1864. Mientras tanto, el gobierno del presidente Juárez se veía obligado a replegarse al norte de la República. En la nueva organización política del imperio, el territorio nacional fue dividido en 50 departamentos. Tlaxcala fue uno de ellos, y quedó compuesto por cuatro distritos: Tlaxco, Huamantla, Tlaxcala y Zacatlán; como su jefe político y comandante militar fue nombrado el monarquista de ascendencia española Ignacio Ormaechea y Ernáiz. Éste era un duro golpe para aquellos tlaxcaltecas que habían luchado por preservar la soberanía de su estado colocándose de parte del bando republicano.

Es un hecho que la mayoría de la población estaba cansada de tantos años de guerra, por lo que llegó un momento en que ya no quiso declararse abiertamente ni por los republicanos ni por los imperialistas, y sólo trató de que su vida cotidiana no fuera perturbada más por unos ni por otros. Primero el gobierno republicano había ordenado destruir sus cosechas y sacar sus ganados para evitar el avance de las tropas invasoras. Después, los franceses harían cosas similares para restar apoyo a las fuerzas republicanas. Los pudientes de los pueblos y municipios tlaxcaltecas se quedaron en el poder, y en buena medida se adaptaron a las nuevas circunstancias firmando las actas de adhesión al imperio que les fueron exigidas.

El año de 1864 fue relativamente tranquilo para Tlaxcala, pues al inicio de su régimen el gobierno imperial de este departamento dejó en paz a los pueblos y hasta abolió la leva. El Ejército Republicano de Oriente, en el que participaban fuerzas tlaxcaltecas, se fraccionó en huestes guerrilleras por falta de armas, hombres y víveres. Los cabecillas republicanos en la Sierra Norte de Puebla, entre ellos tlaxcaltecas como Miguel Lira y Ortega, no pudieron lograr la reconquista. El destacamento francés se retiró a Puebla y dejó la defensa de Tlaxcala en manos de Ormaechea con el apoyo de unos 250 hombres armados.

En 1865, el gobierno imperial se propuso pacificar la región, y con ese motivo decidió, por razones de estrategia militar, agregar al departamento de Tlaxcala algunos poblados pertenecientes a Puebla. A pesar de una feroz resistencia de parte de la oligarquía y del gobierno conservador poblanos, Tlaxcala se quedó con Zacatlán, Chignahuapan y Tetela, con lo cual no sólo creció el número de sus habitantes a 183 000, sino que también se consumó un hecho del todo contrario al que Puebla había deseado durante mucho tiempo. La campaña de las fuerzas imperiales en la Sierra Norte no tuvo finalmente el resultado deseado, aunque de todos modos el hostigamiento militar se recrudeció, por lo que a fines de 1865 Tlaxcala estaba en un virtual estado de sitio, además de que el gobierno imperial había reimplantado la leva y subido los impuestos en una esfuerzo urgente por allegarse recursos humanos y materiales.

Las medidas mencionadas representaban una provocación contra los pueblos, los cuales empezaron a volver la cara hacia el lado republicano. Jefes liberales que con anterioridad se habían adherido a Maximiliano se pasaron en 1866 a la causa republicana. Por ejemplo, ese año el general Antonio Rodríguez Bocardo se pronunció en contra del imperio y se autoproclamó gobernador y comandante militar de Tlaxcala. Su misión principal fue la de proveer de recursos al ejército de liberación, obteniéndolos de las haciendas por medio de donativos forzosos, tanto en dinero como en especie; asimismo trató de mantener, con trabajo de los pueblos, el buen estado de los caminos para garantizar el transporte de las tropas además de eliminar a los bandoleros y a los desertores.

Sólo hasta que el emperador de Francia, Napoleón III, decidió evacuar sus tropas de México —presionado por los Estados Unidos y por la creciente amenaza prusiana al territorio francés—, los contingentes tlaxcaltecas fieles a la República, comandados por el coronel Miguel Lira y Ortega, estuvieron en posibilidad de liberar a su entidad. Para ello tuvieron que recurrir a una alianza coyuntural con las fuerzas serranas del norte de Puebla, haciendo a un lado sus ancestrales rivalidades con ese estado limítrofe. A principios de 1867, el general Porfirio Díaz y los caudillos guerrilleros de la sierra ya controlaban Huamantla y Apizaco, la cabeza del ferrocarril imperial hacia la ciudad de México. Poco después cayó la ciudad de Tlaxcala en manos de los republicanos; en tanto que, en una especie de correspondencia de favores, las fuerzas tlaxcaltecas dirigidas por Doroteo León y Pedro Lira colaboraban con Porfirio Díaz en la toma de Puebla de los Ángeles.

Diez años de guerra habían dejado en la miseria a la mayoría de los pueblos y a muchas haciendas de Tlaxcala. Ejércitos regulares, cuerpos de guardia nacional, fuerzas mexicanas y extranjeras, huestes de guerrilleros y de contraguerrilleros, así como numerosos bandoleros, exigieron cada uno por su parte préstamos forzosos, armas, parque, alimentos, animales, paja y ropa. Las juntas republicanas proveedoras de víveres y forrajes requirieron constantemente de provisiones, mientras que durante la campaña de la Sierra Norte las tropas francesas se habían alojado en las haciendas para allegarse recursos. Los vecinos de los pueblos tuvieron que trabajar en obras de fortificación, en arriería y reparación de caminos, además de tener que sostener a sus familias. Muchos de ellos intentaron ocultar sus mulas y cosechas para evitar que les fueran expropiadas. No es de sorprender que cuando en 1867, Porfirio Díaz exigió a numerosos vecinos de los pueblos trabajar en obras de fortificación, éstos se negaron a hacerlo con el pretexto de que les urgía sembrar.

Por otro lado, debido a que los ayuntamientos eran los responsables de reclutar y mantener los cuerpos de guardia para la defensa de las poblaciones, ellos determinaban a quiénes les tocaba servir y a quiénes pagar una cuota para eludir el reclutamiento. En la realidad, fueron sobre todo los vecinos pobres, los parceleros, artesanos y semaneros, y hasta muchos padres de familia, los que sirvieron en las armas, mientras que los pudientes se salvaron pagando la cuota respectiva. También fueron eximidos de ir a las armas muchos peones y empleados de haciendas, cuyos dueños pagaron para evitar quedarse sin mano de obra; a cambio de este gesto proteccionista, aunque no desinteresado, aquellos trabajadores redoblarían su lealtad hacia sus patrones.

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