20 septiembre 2010

La Ignorancia del Panismo

Ya está dicho y está claro: los panistas nada tienen qué celebrar de los dos centenarios. En un caso porque se trata de una facción hispanista que no puede simpatizar con la separación de España; en el otro, porque el PAN es hijo del Partido Nacional Católico, maderista de la primera hora y luego perruno apoyador del dictador Victoriano Huerta.
El “gobierno” panista se vio obligado a realizar un remedo de celebración y por eso contrató a Ric Birch a un costo que anda entre 700 y mil millones de pesos. Lo que ofrecerá Felipe Calderón para las dos grandes fechas de septiembre y noviembre, aparte del acostumbrado desfile y el grito de cajón, es un guateque con muchos juegos de luces, coreografías patrioteras, cantantes de Televisa, monigotes y pachanga clasemediera… En suma, circo del PAN cuando falta el otro pan, el que se come, pues la triste fiesta se celebra entre un abrumador desempleo, salarios de hambre, abismos en la distribución del ingreso, desesperación de esas familias que ven morir al hijo por falta de médico y medicinas, y una desesperanza generalizada.
Sin capacidad de convocatoria, sin idea de lo que debiera ser un festejo patriótico, acosado y asustado por la
delincuencia, el Ejecutivo se debate entre los tradicionales prejuicios de la derecha y su colosal ineptitud, que se refleja en las cuantiosas pérdidas humanas de su irracional combate contra el crimen organizado, en la lista de obras inconclusas y el desastre generalizado que es hoy por hoy la administración pública, reino de la improvisación y la ignorancia.
Se creyó que José Manuel Villalpando, por reaccionario y por torpe, era el indicado para el autosabotaje gubernamental de estas celebraciones. Había razones para pensar que así sería, pues el mencionado señor es autor de un libro, mucho menos que mediocre, en que glorifica a Maximiliano y al que hace firmar, faltaba más, un prólogo que se desborda en elogios para el mismísimo señor Villalpando, que navega entre la cabal ausencia de pudor y la provocación más pueril.
Con un espécimen tal, parecía que el fandango de los 100/200, al troche y moche o como se quiera, finalmente se realizaría. Pero todo exceso de estulticia enciende las luces de alarma. Eso ocurrió y suponemos —aquí todo se mueve en el campo de las suposiciones, pues resulta imposible penetrar en el espacio de las decisiones y sus causas— que Calderón se hartó de tanta tontería y le impuso a Villalpando un jefe, que es el secretario de Educación, Alonso Lujambio.
Va de anécdota: entrevistado Lujambio por José Luis Martínez S., director de Laberinto —estupendo suplemento cultural de Milenio—, cuando el periodista dice que el doctor Pedro Salmerón “se refiere a Villalpando como un historiador aficionado”, lo que resulta muy generoso, Lujambio responde: “Véase la obra historiográfica de Villalpando”. Para colmo, lo compara con Enrique Krauze, lo que imaginamos le habrá ocasionado retortijones al autor de la Biografía del poder, quien ha hablado de improvisación y lentitud en esto de los festejos.
La derecha, aun sin estar de acuerdo con la doble celebración, pudo salir del paso con alguien inteligente como Rafael Tovar, a quien algunos colaboradores de Calderón se dedicaron a llenarle el hígado de piedritas hasta que finalmente lograron que tirara la toalla, como lo hicieron otros funcionarios que no estaban dispuestos a ser meros patiños de un gobierno que no pierde ocasión de mostrar su falta de brújula.
La causa última de tantos dislates es que el PAN es un cofre de rencores. El regreso al poder de la derecha ideológica ha sido para Vicente Fox y Calderón un motivo de revancha, la hora de un ajuste de cuentas con el pasado y no, como cabría esperar de una derecha pensante, la ocasión, ciertamente extraordinaria, de insertarse en la historia de México, de destacar los aportes de su corriente histórica a la construcción del país.
Pero con ese gabinete en el que pulula el analfabetismo, con esos funcionarios tan afanosos en ser gringos,es difícil que se entienda lo elemental: que los símbolos, la nacionalidad y hasta los próceres y sus características son producto de una elaboración colectiva, contradictoria, prolongada e inevitable, como la historia. ¶

Humberto Musacchio, Periodista.
Colaborador de Excélsior y autor de varios 
diccionarios enciclopédicos sobre México.
http://www.m-x.com.mx/xml/pdf/237/49.pdf

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